Opinión

Voracidad e ineficiencia en la SCT

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Tiro Libre

Anwar Moguel
Novedades Chetumal
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Miembro “honorario” del Partido Verde, el delegado de la SCT Quintana Roo, Francisco Elizondo Garrido llegó al estado premiado por sus conexiones políticas de alto nivel a pesar de no contar con méritos o trayectoria que avalaran su nombramiento en tan importante dependencia federal, a la que ha convertido en su reino personal donde sus deseos son la única ley.

Y es que la SCT es, políticamente hablando, un premio mayor, por las cantidades multimillonarias que maneja para la ejecución de obra pública federal en el territorio estatal, lo que le ha permitido al joven Elizondo vivir a todo lujo, a costa de los religiosos diezmos que de buena voluntad presentan los constructores con tal de ser bendecidos con una tajada del pastel.

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En contraparte, su trabajo es seriamente cuestionado por la sociedad en general, ya que el nombre del delegado es conocido por los constantes escándalos que involucran a la dependencia federal, nada más.

Los recientes conflictos con ejidatarios de Juan Sarabia, Chetumal y Bacalar, han puesto en evidencia que el funcionario no puede con el paquete. El problema con los campesinos de Sarabia por la afectación de sus tierras que a causa de la flojera de Elizondo Garrido para atenderlos pusieron de moda los bloqueos carreteros, fue solucionado gracias a la intervención del gobierno estatal con autoridades centrales de la SCT. El delegado local, nunca dio la cara ni asumió su responsabilidad.

Por otra parte, los que pueden dar fe de la orgía de corrupción que existe en la SCT son los propios constructores, que ya están hartos de cumplirle sus caprichitos al delegado, aunque ceden por el riesgo de quedar fuera de la jugada.

Porque para Francisco Elizondo el “diezmo” ya no es suficiente, y exige también “apoyos” en especie a los constructores que él considera tienen con qué. De acuerdo al pájaro, es la pedrada.

Viajes, vehículos, propiedades y lo que se le ocurra al funcionario solicitar, es atendido por los empresarios consentidos que, muy a su pesar, han caído en el juego del funcionario.

El problema es que, aunque en los corrillos de la CMIC y en las tertulias de constructores estos hechos ofensivos se comentan en voz baja, con sus respectivos “no se vale” y una buena proporción de mentadas de madre, nadie tiene la valentía de denunciar la corrupción públicamente por temor a ser vetados.

“Si de por sí nos dan migajas, ¡imagínate si hablamos!”, me dijo un pequeño constructor que minutos antes se había quejado profundamente de la corrupción y la discriminación del delegado de la SCT para con los empresarios locales.

Los propios constructores son parte del círculo vicioso, pero ¿quién le pone el cascabel al gato?

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