Opinión

El “borgismo” como arma y pretexto

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Tiro Libre

Anwar Moguel
Novedades Chetumal
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Preso de su megalomanía y ambición, el ex gobernador Roberto Borge Angulo fue el artífice de su propia caída, encumbrando su imagen en el pensamiento colectivo como el villano más grande de la historia de Quintana Roo, el mandatario más repudiado, lo que dio origen a la ofensa tan peculiar que se utiliza ahora a la mínima provocación: borgista.

Ese calificativo ha mutado a lo largo del tiempo. Borgista, hace 20 años, hacía referencia a los políticos afines al ex gobernador Miguel Borge Martín, los cuales fueron perseguidos por su sucesor en el poder, Mario Villanueva Madrid, por un tema de simple pragmatismo político.

Borgista, en los años de Roberto Borge en el poder, fue el calificativo obligado para todo político priista que deseara quedar bien con el mandatario, sin importar si comulgabas con sus ideas o no. Al gobernador le gustaba creer que su liderazgo era absoluto y, por lo tanto, todos los funcionarios tenían que ser borgistas, aunque realmente no lo fueran.

En la actualidad el término borgista tiene una connotación negativa y se utiliza como sinónimo de un sinfín de adjetivos: ruin, rastrero, corrupto, mezquino, trácala, vil, sinvergüenza, granuja, y lo que se les ocurra.

La animadversión por el ex gobernador provocó este efecto social, pero lo que realmente preocupa, es que el borgismo y la idea que lo rodea está siendo utilizado como arma y pretexto por algunos funcionarios del nuevo gobierno joaquinista con tendencias goebbelianas.

Estos oscuros personajes que por azares del destino encontraron cabida en el gobierno de Carlos Joaquín González, han hecho suyo el primer principio del maestro propagandista del nazismo, Joseph Goebbels, convirtiendo en el único y todopoderoso enemigo a la figura de Roberto Borge Angulo.

gabinete-cj-008La exaltación deliberada del borgismo es utilizada para acallar cualquier clase de crítica contra el actuar de las nuevas autoridades, aún si éstas son válidas o constructivas. Las voces son minimizadas con simpleza, colocándoles la etiqueta de “borgistas”.

Los que señalan son borgistas. Los que alzan la voz son borgistas. Los que se quejan son borgistas. Los que critican a los nuevos funcionarios santificados por el espíritu de la “alternancia” son borgistas. Los que reclaman ante las agresiones arteras y amenazas directas son borgistas.

La tendencia entre los funcionarios actuales de primer nivel es la negativa a aceptar errores, y vaya que los cometen, algunos incluso peores que los de sus antecesores, los “borgistas”, lo que ha obligado al mismo Carlos Joaquín a intervenir en más de una ocasión, asumiendo el costo político por acciones de sus subalternos.

El borgismo está extinto, pero por conveniencia, no lo quieren dejar morir.

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